Durante la Segunda Guerra Mundial, los bombarderos ingleses de la Royal Air Force eran derribados con demasiada frecuencia por las defensas alemanas. Los expertos del Ministerio de Defensa de Inglaterra decidieron elaborar un estudio de los aviones que regresaban del combate tras los bombardeos contra los nazis, el cual consistía en registrar las zonas con más impactos de bala en el fuselaje. La idea era mapear los agujeros de bala de los aviones supervivientes.
El siguiente paso parecía evidente: añadir blindaje extra en las zonas con mayor incidencia, es decir, donde el fuego enemigo impactaba asiduamente, para reforzarlas. Dado que la armadura añadía peso y restaba velocidad, debía ser incorporada solo en las zonas críticas, para no inferir en el rendimiento del avión. En el proceso, los Aliados decidieron consultar al estadístico Abraham Wald, y quedaron atónitos cuando este les propuso justamente la estrategia contraria: reforzar las zonas que presentan menos balazos. El mapa de impactos había sido realizado con los datos de los aviones supervivientes. Mostraba, por tanto, las zonas de las aeronaves que podían tolerar daños sin llegar a ser derribadas. Por el contrario, los aviones impactados en el resto de zonas son los que no regresarían a su destino, y, claro, no serían considerados en el estudio. Nació entonces entre los ingenieros Aliados en la Segunda Guerra Mundial el término survivorship bias.1 2 3
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