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Permíteme comenzar pidiendo disculpas. Gusto, pero aquí no he conseguido apuntalar bien todas las fuentes. Quizá peque de ser más papista que el Papa, aunque, si suelto datos, que al menos estén medianamente respaldados. Y es que había leído la historia tantas veces que la daba por sentada… hasta que indagas. No obstante, como no es cuestión de que los artículos se estimen científicos, sino de opinión y reflexión, he decidido publicarlo. Y es que creo que el relato, en este caso, es válido y tiene suficiente peso. Resta importancia a las posibles imprecisiones y quédate, te ruego, con la chicha:
Apatía, desesperanza, desmotivación y una disminución general en el desempeño y la eficacia. Síntomas de la llamada fatiga de combate. Lo llamaron también síndrome del corazón del soldado, shock de las trincheras, neurosis de combate, fatiga de batalla o síndrome shell-shock. En esta guerra que es el trading, también se sufre. La sangre será metafórica — a veces no — pero el sudor y las lágrimas son genuinas. Las bajas son monetarias, y también de autoestima. Las balas son stops loss, que, en ocasiones, llegan desde el fuego amigo: tu ego. Las pérdidas se sienten cual bayoneta que se clava en el pecho lentamente y sin remedio. Las trincheras ahora son de lodo y carne, y poco queda ya de aquel sistema tan prometedor. La falta de resultados, con todo el esfuerzo, pesa. Pesa mucho.
Los éxitos parecen lejanos. Estás tardando más de lo imaginado en conseguirlo. Sabes ya que no es fácil, pero, aun así, tus estimaciones no eran tan a largo plazo. La confianza inicial, mayor al desempeño requerido — efecto Dunning-Kruger — ha quedado sepultada bajo las ruinas tras el bombardeo. La frustración hiere la autoimagen, y esa amenaza se torna en ansiedad. Por los flancos se aproximan las conductas maladaptativas. Los cambios, las inventivas, la persecución del precio, los alejamientos del stop, las martingalas. Acabas, así, achicharrado por las bombas de napalm. Tú y tu cuenta en el broker. Quemada. Sólo te queda la retirada. La huida hacia adelante. Una vía de escape: las distracciones, las RRSS, la procrastinación, la técnica del avestruz para no tener que afrontar el fracaso de la misión. Y esos objetivos quedan ya muy lejanos. Vuelta a la frustración o, quizá, a firmar la derrota. Muchos son los cadáveres que deja el trading por el camino.
En la Primera Guerra Mundial, algunas voces veían con preocupación el trastorno que ocasiona a los soldados — activos — la exposición prolongada a la batalla. De entrada se consideraba cobardía, ¡incluso maldición!, pero los médicos del ejército británico se esforzaron por comprender y tratar el trastorno. Se nombró a Charles S. Myers1, un psicólogo con formación médica, como consultor. Este llegó a la conclusión de que se trataba de víctimas emocionales y no físicas. Estimó que los síntomas eran manifestaciones del trauma reprimido. Así, la shell-shock se empezó a diagnosticar cuando el soldado “dejaba de funcionar” sin una razón objetiva.
Es antes, durante la Guerra de Secesión estadounidense que se identifica el término. El soldado “loco” a causa del pánico2. Pero el tema es tan antiguo como el primer conflicto; el que fuese. En los Tercios de Flandes durante la Guerra de los Treinta años, se cuentan casos de incapacidad emocional entre los soldados, y ya entonces los médicos sospechaban que las reacciones no se debían a heridas corporales.
Al estallar la Segunda Guerra Mundial, los militares de los Estados Unidos habían olvidado las lecciones de la Primera Guerra Mundial para tratar el problema. Una neurosis asociada a la exposición prolongada de muertes masivas, explosiones, tableteos de ametralladoras, bombardeos constantes, etc. Volvieron a diagnosticar simplemente “agotamiento” hasta, otra vez, tomarlo en serio. Se mandó a unos psicólogos que estudiaran la salud mental de los soldados. John W. Appel3, un terapeuta de la Universidad de Minnesota enviado al frente, descubrió en Italia que el combatiente promedio de infantería estaba "quemado" tras 60 días — hay fuentes que habla de 200 a 240 —. Se producía un punto de inflexión en los militares. Su nivel de ansiedad y depresión se disparaba. Morían emocionalmente. No podían más. El soldado carecía de razones para seguir luchando4. Se confirmaba, así, lo padecido en anteriores conflictos.
Pero los psicólogos descubrieron una extraña situación — y aquí el asunto del artículo — que tiene su eco en el trading y otros aspectos de la vida.
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